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Almodóvar, en el panteón del séptimo arte

  • Foto del escritor: Diego Montoya
    Diego Montoya
  • 8 oct 2015
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 2 feb

Los lanzamientos de una película y un libro confirman que el más internacional y premiado de los directores españoles cuenta, ahora, con un puesto entre los más celebrados del cine mundial. ARCADIA recoge los puntos claves de su carrera creativa.

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La duda está sobre la mesa: ¿es tan importante nuestro rostro para que gocemos de una identidad plena? Pese a nuestra inmediata respuesta afirmativa, lo cierto es que no. La cara que llevamos puesta no es más que un grupo de tejidos carnosos adheridos a una estructura ósea. Materia orgánica viva, un sinfín de células abandonadas al temperamento de una autoridad que hala los hilos desde arriba, con este o aquel carácter, con más o menos ímpetu. No, no somos únicamente la piel que habitamos.

El filme de Pedro Almodóvar, La piel que habito, no solo argumenta una versión extrema de esa tesis mediante una ejecución pulcra en términos plásticos y narrativos –el guión, por ejemplo, no deja que perdamos la atención aún cuando cuenta con un grupo reducido de personajes, lo que supone un diploma de postgrado para un narrador audiovisual–. El decimoctavo largometraje del director es también una celebración de la categoría estilística que éste creó para el patrimonio cinematográfico mundial. Una categoría que no pierde carácter, incluso cuando en esta cinta el español se asoma a un género que no le era familiar: un terror con elementos de Hitchcock, Buñuel y Lynch, engalanado con un look retro saturado a lo Dario Argento.

Almodóvar conserva su usual transgresión de lo tolerable a los ojos de entornos sociales conservadores, pero ya no ataca los estrictos límites morales de la España franquista en la que vivió desde que nació en 1949 hasta que cayó el régimen en 1975. Cuestiona, eso sí, la actual bioética y el juicio que nuestra cultura le hace al transexualismo. Es el mismo ímpetu contracultural del ‘punkero’ de los setentas que escandalizaba a la burguesía mientras cantaba Voy a ser mamá al lado de Fabio McNamara; el del escritor que colaboraba para el suplemento La Luna bajo el seudónimo Patty Diphusa.

En sus primeros años como realizador, Almodóvar canalizó el desahogo de la Movida Madrileña postfranquista en filmes de exuberante color como Pepi, Lucy y Bom y otras chicas del montón (1980) o Laberinto de pasiones (1982). No obstante varios largos en los que se sentían influencias de Fellini y del valenciano Berlanga, fue con la fundación de la productora El Deseo*, en 1986, que el español abandonó cualquier posibilidad de financiación condicionada y consolidó su estilo. De la mano de Agustín, su hermano y productor, hizo dos filmes que le aseguraron la entrada al club de los grandes cineastas europeos: La Ley del Deseo (1987) y Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). El absurdo pero efectivo desarrollo argumental de esta comedia, así como sus personajes cargados de identidad española, hicieron que Almodóvar recibiera su primera nominación a un Premio Oscar.

Ya montado en el ritmo del largometraje bianual, vino una etapa experimental en la que, con Tacones Lejanos (1991), Kika (1993), La flor de mi secreto (1995) y Carne Trémula (1997), el director se convirtió en una institución identificadora y desarrolladora del talento actoral: el Almodóvar de la musa. Así como en La piel que habito el reto de explotar el profundo conocimiento que tiene el director sobre la feminidad le tocó a Elena Anaya, la tarea la realizaron antes con maestría Penélope Cruz, Victoria Abril y, sobre todo, Carmen Maura, su preferida en la primera década.

Pero la ruptura más sensible en la filmografía del manchego fue Todo sobre mi madre (1999), que estrenó el refinamiento de los últimos 12 años –incluyendo el de la denominada etapa noir: La mala educación (2004), Los abrazos rotos (2009) y ahora La piel que habito–. Ganadora de Oscar y parcialmente autobiográfica, Todo sobre mi madre explora aquello que tendemos a juzgar como sórdido mediante el uso de herramientas cuya belleza relativiza nuestro juicio. Aceptamos en ella, gracias a la semiótica inteligente, que un muchacho es hijo de un travesti cuyo entorno social resulta encantador. Es el nuevo Almodóvar, el que en Hable con Ella (2002), a punta de color, piel –un acercamiento al cuerpo humano que volvemos a ver en La piel que habito–, logró que nos compadeciéramos de quien violara a una mujer en coma.

Tercero en la élite de Taschen

Al club cinematográfico de la serie Archives de Taschen pertenecen únicamente Ingmar Bergman, Stanley Kubrick y, ahora, Almodóvar. El que el realizador español haya escrito los capítulos dedicados a cada uno de sus 18 largos –a su vez introducidos por escritores como Vicente Molina Foix, Juan José Millás y Ángel Fernández Santos–, es solo una de las razones por las que un ejemplar corriente de The Pedro Almodóvar Archives cuesta 200 dólares y uno de los 500 ejemplares de la versión Art Edition vale 1.000 dólares. Suena caro, pero muchos los pagarían, pues el libro viene con dos tesoros para un cinéfilo: una copia de un retrato de Penélope Cruz fotografiado por Almodóvar durante el rodaje de Los Abrazos Rotos (2009) y firmado por el director, y una tira del celuloide de Volver (2006).

Paul Duncan, el gran editor de cine para Taschen, le dedicó cuatro años a este repaso detallado de la filmografía de quien, en palabras de Thierry Frémaux, director del Festival de Cine de Cannes y autor del prólogo, “es a España lo que Bergman es a Suecia, Kurosawa a Japón o Ford a Estados Unidos”.

Pero, ¿por qué dejar entrar al español, detrás de Bergman y Kubrick, al selecto club de Archives? Responde Frémaux: Almodóvar “es un realizador innato con un perfecto conocimiento de su arte y es, también, un director que, por 30 años, ha permitido que tanto su estilo en constante evolución como su técnica e imaginación se desplieguen ante nosotros”.

*la empresa es prestante hoy en España y cuenta entre su reel con largos de Isabel Coixet, Guillermo del Toro y Lucrecia Martel.


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