Syldavia
- Diego Montoya
- 14 oct 2015
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 2 feb
Nadie retrató tan fielmente la geopolítica eurocentrista de principios del siglo XX como Hergé en Las Aventuras de Tintín. Un caso apasionante es el de esta pequeña monarquía que se resiste a la expansión de Borduria, una potencia vecina. Publicado en Avianca en Revista, en el marco de un especial acerca de lugares ficcionales del mundo.
Publicado en Avianca en Revista.

“¡Por los bigotes de Plekszy-Gladz!”, exclama iracundo el coronel Sponsz, jefe de la ZEP –el temible organismo de inteligencia de la República de Borduria–, al notar que le han robado unos documentos estratégicos de su chaqueta. La pinta del militar es la típica enun régimen autoritario de la primera mitaddel siglo XX: monóculo, abrigo largo, cabeza rasurada en los lados y atrás, actitud de matón, piel muy blanca. La indumentaria se completa con el brazalete distintivo del régimen, que exhibe los venerados bigotes del dictador en negro, blanco y rojo. ¡Qué rabia que le da!
Uno de los papeles perdidos otorga libertad inmediata al profesor Tornasol, secuestrado en Borduria porque este –sabio, sordo y despistado–, tiene en su haber los diseños de un arma perfecta para destruir al enemigo.
Pero, ¿cuál enemigo? Entre un manojo de naciones “extranjeras” se destaca una vecina: la pequeña Syldavia, una monarquía pacífica en los Balcanes, donde los campesinos devotos saludan al rey cuando pasa en su Packard Coupé Opera de 1938. Donde se produce trigo de exportación, así como agua mineral y violines. Donde la moneda es el khôr, la aerolínea es Syldair y la capital Klow. Es precisamente hacia allí a donde Tintín,en compañía del Capitán Haddock y del recién rescatado inventor, huye en momentos en que Sponsz da el alarido, en las últimas páginas de El Asunto Tornasol.

Es la segunda vez que el reportero encopetado visita ese país, del cual es partidario. Cuando se publicó El Cetro de Ottokar –la historieta en donde primero se menciona a esa nación, en 1939–, la Alemania nazi acababa de anexionarse a Austria en lo que se conoció como la Anschluss. Era el primero de varios movimientos temidos por aquellos que no tendrían nada que hacer ante el poderío militar alemán. Dado que se oían acercarse los ladridos de Hitler en las puertas y ventanas del continente, Georges Remi –autor de los libros, conocido como Hergé–, narró en esa primera historieta la manera en que Tintín desmantela un plan bordurio para anexionarse al Reino del Pelícano Negro. El relato se teje entre apasionantes instantáneas de espionaje clásico: relojes de bolsillo con cámaras incorporadas; gases somníferos disparados por flashes de magnesio en cámaras de fuelle; micrófonos instalados en los apartamentos y conectados por cables hasta habitaciones contiguas en las que bigotudos escuchan; refugios de último minuto en embajadas, disfraces insospechados en teatros de ópera y, claro, coches europeos de lujo, perfectamente dibujados.
Syldavia es mencionada en seis de los 24 libros de Tintín, y en todos se apela a la agenda noticiosa del momento. Además de El Cetro de Ottokar y El Asunto Tornasol –tramas políticas de guerra y posguerra– el país es sede de las instalaciones aeroespaciales desde donde zarpa el cohete que lleva a Tintín a la Luna, casi 20 años antes de que lo lograran los norteamericanos en la realidad. También, en 1976, cuando se publicó Tintíny los Pícaros, se mostró al Coronel Sponsz asistiendo a un dictador populista de república banana latinoamericana.
Muchos heredamos los libros de Tintín de nuestros padres, rayados por ellos cuando eran niños, allá en los años cuarenta o cincuenta. Y, décadas después, nosotros mismos se los hemos pasado a generaciones posteriores que vuelven a apreciarlos. Es verdad que las aventuras del reportero –a quien se le vio más veces salvando pellejos que escribiendo algún artículo– están ligadas a importantes sucesos del siglo XX. Pero también tienen algo atemporal, que tal vez es el gusto universal por la historia y los viajes. Esto puede ocurrir porque, al ser escritas para niños que se divertían aún con juguetes de madera y se reían con animaciones primitivas, nos hablan en un tono más humano quelas atracciones juveniles contemporáneas.O de pronto porque todos nos hemos imaginado alguna vez comiendo szlaszecken un restaurante de Klow, o trepando las Zmylpathes, las cadenas montañosas donde fabricaron el cohete lunar.

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