top of page

Pasto, colcha de retazos

  • Fotos: Javier La Rotta
  • 15 oct 2015
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 2 feb



En cada rincón de la capital del Departamento de Nariño se renueva, día a día, el provechoso encuentro entre la cultura indígena, la europea y, más recientemente, la negra. Este texto celebra el fenómeno del sincretismo pastuso y resalta el trabajo de sus protagonistas.



“¡Ay! ¡Chichuca!”, el vocablo quichua sale de la boca de un niño rubio y de ojos azules a quien una empanada muy caliente le baila entre las manos. Su madre, alta y de facciones europeas, hace fila en la caja del restaurante Guadalquivir para pagar el pedido mientras el niño, entre brincos, sopla la masa frita de añejo –hecha con maíz fermentado– hasta que siente confianza para morderla. Hecho el pago y tomándose de la mano, los dos salen del local hacia la Plaza de Nariño, núcleo de San Juan de Pasto.


A pocas cuadras de allí y sobre la mesa de su taller, Milton Arce, el lutier, contempla un charango que acaba de terminar tras semanas de cariñosa labor artesanal. El charango… esa vieja interpretación andina de la mandolina con que colonos españoles animaban sus noches de vino y ron allá en el siglo XVI y que, hasta hace poco, se elaboraba con una concha de armadillo. No muy lejos del casco urbano, en inmediaciones de la Laguna de la Cocha, Camilo Gualguán, gobernador de un resguardo indígena Quillasinga, departe con turistas en el comedor del hotel de su familia en la vereda El Puerto: El Refugio del Sol, un chalet tan suizo como las coloridas fachadas de madera y techos a dos aguas de las casas vecinas. A medida que llegan barcas entre la bruma y ladran los perros, a las ventanas se asoman bellas caras de pómulos pronunciados y negrísimos cabellos lisos.


P


El combo de la recuperación


“Fíjate la evolución de la ruana: tiene más de 3.500 años de antigüedad y carga aún esa energía indígena”. La manera en que Adriana Santacruz tantea las telas con sus manos habla de su amor por el oficio textil. Sus dedos reparan en texturas o figuras muy puntuales sobre lanas y algodones trabajados en telares rústicos por ella misma y por las casi 50 mujeres y hombres indígenas que participan en su proyecto. En 1999, cuando comenzó a meterse en las casas de los campesinos e indígenas pastos para tejer en compañía de las mujeres, para oírlas y entenderlas, la diseñadora cayó en cuenta de que su camino estaba en lo que denomina Moda con Espíritu. “De esas charlas sale, aún hoy, la materia prima para elaborar mi trabajo”, afirma la mujer de ojos verdes y sonrisa genuina, en medio de un acogedor show room y taller que tiene en una casa rural, cerca de Pasto. Las telas y prendas expuestas son evoluciones del patrimonio textil nativo, pero adaptadas a algunos cánones de vanguardia occidentales. “La gente se eriza en mis desfiles”, asegura Adriana, y explica con una imagen altamente sincrética: “Antes de la exhibición sale un grupo de música andina, con quenas, charangos, tambores… es hermoso”.


Los pastos constituyen 80% de la población indígena nariñense, según el censo de 2005, y la población total indígena del departamento asciende a 10,7%, dividida en seis etnias. No obstante, la que más presencia tiene en la capital departamental y sus alrededores es la Quillasinga. En los albores del siglo XVI y en alianza con los pastos, los quillasingas defendieron los territorios nariñenses de una invasión inca proveniente del sur. A los incas los replegaron con brío y sofisticadas técnicas de guerra. Sin embargo, frente a la inmediatamente posterior invasión ibérica no hubo caso. “Los españoles llevaban años perfeccionando sus técnicas de conquista”, comenta Eduardo Zúñiga Eraso, exgobernador del departamento y exrector de la Universidad de Nariño, quien explica los sufrimientos de los pueblos originarios a manos blancas: “En 1559, en lo que hoy es Pasto, había 23.000 indígenas tributarios, mientras que los encomenderos –que recibían su tributo– no llegaban a 40. En 1604, los indígenas aquí se habían reducido a 7.000”.


​No obstante el pasado y gracias tanto a la Constitución Política de 1991 como al ímpetu de algunos líderes, la cultura indígena sobrevive y hace mella. Cerca de la Laguna de la Cocha hay dos casos quillasingas particularmente valiosos en términos de liderazgo social. El primero es el de Patricia Jojoa, una joven quien, en compañía de su familia, se encarga de la Reserva Refugio Cristalino, un proyecto eco turístico y un ejemplo de autosostenibildiad alimentaria. “Éramos deforestadores, pero entendimos que para cuidarnos a nosotros mismos necesitábamos conservar toda forma de vida”, comenta Jojoa mientras camina, con una niña al hombro, por el sendero que atraviesa el predio donde siembra vegetales, cría cuyes y cerdos con especial orden y limpieza, y purifica el agua que se utiliza para devolvérsela a la tierra tal cual como ella se la prestó. “Distinto a antes, cuando la actividad principal de muchas familias por aquí era vender leña. Esto es incluso mejor negocio”, concluye.


El segundo caso es conocido en los círculos ambientalistas del mundo entero. Se trata de Conchita Matabanchoy, Mujer Cafam 2005 y quien encabeza, desde hace 33 años, un proceso de activismo social y medioambiental entre cuyos frutos se cuenta la Asociación para el Desarrollo Campesino, de la que se benefician cientos de familias de la región. Para hablar con ella basta con disfrutar de un corto trayecto en lancha por las aguas sagradas de La Cocha, y atracar en la orilla frente a un umbral de madera que reza “Reserva Natural Encanto Andino”. El visitante es invitado personalmente por Conchita a caminar entre el más preciado tesoro del proyecto: un tupido y húmedo bosque con rasgos primarios repleto de orquídeas. “Todo lo hacemos en minga”, comenta la mujer. “¿Sabe qué es una minga? Es el trabajo comunitario”.​

​​


Mopa Mopa


“Estos son aportes de la interpretación iconográfica indígena”, dice Álvaro José Gomezjurado, Secretario de Cultura de la Alcaldía, mientras señala con un lápiz un patrón de espirales en la tapa de un pequeño bargueño –una especie de cofre compartimentado– decorado con barniz de Pasto. La pieza la elaboró el maestro Gilberto Granja, quien junto con otros artesanos como Jesús Ceballos o José María Obando, lideran talleres donde la técnica se conserva igual a como era en épocas del virreinato. ¿En qué consiste el sincretismo? Sencillo: el barniz es una mezcla entre técnicas de decoración europeas –el antecedente más claro es el uso de la laminilla de oro y el ‘achinado’ en el periodo barroco para decorar piezas de mobiliario–, y nativas americanas. Los indígenas aportaron tanto elementos de diseño precolombinos, como el uso del Mopa Mopa en el oficio. Se trata de una resina obtenida de una planta local (Ealeagia Pastoensis) con la que se elaboran las coloridas películas que adhieren a la madera.


De las Carabelas al airbus


Descontando la inmigración europea colonial, se puede hablar de otra importante a principios del siglo XX, cuando, más a Tumaco y Barbacoas en la costa nariñense que a la capital departamental, llegaron aventureros y comerciantes europeos buscando suerte y dinero cuando en el Viejo Continente se libraba la Primera Guerra Mundial. Varias de las familias pastusas de apellido europeo desciendende esos exportadores de tagua, tanino,

caucho o café, e importadores de maquinaria y otros bienes. Es el caso de Alma Kaiser, fundadora del restaurante Sausalito, que ofrece nobles interpretaciones del patrimonio gastronómico pacífico nariñense –ya sofisticado en origen–. Hija de alemán, y criada en Tumaco, fundó el restaurante que califican como el mejor de Pasto hace tres décadas, mucho antes de que recuperar patrimonios locales fuera moda. La carta de Sausalito prueba que el sincretismo se come: langostinos bañados en una salsa hecha con las colas del crustáceo; sushi con plátano maduro; carpachos de jaiba; sopa de almejas con leche de coco; trucha ahumada… Pero hay otra migración, incluso más reciente. El francés Patrice Chambragne, dueño del hotel La Maison del Ejecutivo, está entre un grupo de europeos que ha decidido armar terruño en Pasto. Entre ellos se cuentan italianos, suizos, españoles y varios franceses. “Pasto es mi casa, nunca me voy a ir. Por eso el eslogan del hotel: vous êtes ici chez vous à Pasto, esta es su casa en Pasto”, comenta Chambragne. Pese a que los clientes de las llamadas ‘peñas’ –bares de música folclórica en vivo, ubicados en el centro– son mayoritariamente locales, de vez en cuando se ven caras foráneas, conmovidas con los sonidos de la cultura andina y los sabores del hervido, una bebida alcohólica caliente hecha con aguardiente y jugo de fruta.


La patria del currulao


Aun cuando el pie de monte del Pacífico nariñense, que constituye casi la mitad del territorio departamental, está poblado en un 93% por afrocolombianos, la gran influencia negra en Pasto es relativamente reciente. Las primeras comunidades afros llegaron a Barbacoas y otros lugares de la costa en la colonia, y durante siglos tuvieron una presencia vaga en la ciudad. En las últimas décadas, sin embargo, han llegado comunidades afros atraídas, primordialmente, por la educación pública, empleo y otros servicios. Gracias a ellas, Pasto ha gozado de la inserción gradual del patrimonio cultural del Pacífico, sobre todo en términos musicales y gastronómicos. Existen escuelas de baile y grupos folclóricos, como el enorme Indoamericanto –protagonista de los Carnavales de Negros y Blancos–, donde se vive el currulao, el arrullo y el candombe. ¿Pero por qué, entonces, se llama Carnaval de Negros y Blancos?


Días para jugar


Nada menos que uno de los dos eventos colombianos declarados por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, los Carnavales de Negros y Blancos tienen lugar en toda la ciudad del 2 al 7 de enero todos los años y son, fácilmente, lo más sincrético que hay en Pasto. Su origen está en una mezcla entre festejos indígenas precolombinos que exaltaban la cosmogonía nativa, junto con celebra


​La verdadera colcha de retazos es la cultura pastusa. No se trata de exaltar los aportes de las distintas ramas étnicas para aseverar que estas anden por separado. Al revés: el resultado de la historia en convivencia es que Pasto es armónicamente mestiza. Tan armónica como la colcha de retazos en las faldas de los andes.



Agradecimientos especiales: Corpocarnaval y Orfa Marina de

http://www.caminodelvientoturismo.com

Comments


bottom of page