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Bella Caracas

  • Foto del escritor: Diego Montoya
    Diego Montoya
  • 4 oct 2015
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 2 feb


En las calles de la capital venezolana, y particularmente en el municipio de Chacao, palpita un patrimonio urbano rico en colores, dialectos y sabores. El trópico expresa su gracia refinada en cada esquina y cada balcón. Pero, sobre todo, lo hace en cada comedor. Este es un recorrido personal por el área más dinámica de la ciudad.

Publicado en Avianca en revista, en mayo de 2012.

Mi paladar no tenía la menor idea de lo que le esperaba. Desprevenido, recibió un trozo del crudo de carite bañado en una salsa de suave chocolate blanco, creyendo que aquello era un sabor posible, algo imaginable según mi experiencia gustativa. Por fortuna, se equivocaba. La carne blanca, sobriamente condimentada de este pescado –abundante en costas venezolanas–, interactuaba con el cacao en una forma tan exitosa que me pareció un paradigma. Algo nuevo de verdad. “Hostia”, comentó otro comensal, frente a su sopa de caraotas, habas de cacao, queso telita y aguacate ahumado. Ambos platos pertenecían a un mismo menú de agresiva creatividad en el restaurante Alto, en el sector caraqueño de Los Palos Grandes. El leitmotiv del conjunto era, precisamente, la semilla de la que se obtiene el chocolate.

Así como la orquesta experimental de sartenes y cuchillos en Alto suena bajo la batuta del chef venezolano Carlos García –galardonado en 2006 como el mejor chef de Venezuela por la Academia Venezolana de la Gastronomía–, la cocina del restaurante Palms, a pocas cuadras de allí, en el Hotel Altamira Suits, es regida por Helena Ibarra, ganadora de un Gourmand World Cookbook Award. No muy lejos, en el Hotel Intercontinental Tamanaco de Las Mercedes está Le Gourmet, un restaurante dedicado al refinamiento francés; y, en la misma urbanización –o barrio–, la sucursal caraqueña de Astrid & Gastón explota, con la altura consabida, el patrimonio gastronómico peruano.

No en vano estos restaurantes de alto perfil están ubicados en la localidad caraqueña de Chacao y sus alrededores. Se trata de un área en el centro-este de la capital venezolana, particularmente dinámica en términos económicos y turísticos. En sus urbanizaciones –Los Palos Grandes, Altamira, La Castellana, Las Mercedes y El Rosal, entre otras–, quedan las sedes de trascendentales empresas para la economía nacional, decenas sedes diplomáticas en Venezuela y, claro está, destinos de interés turístico y gastronómico.

A pie

Antes de que mis papilas fueran iluminadas en la noche por el carite, me había pasado la tarde entera caminando la zona. Había oído que Caracas no era una ciudad propicia para caminar, lo cual es parcialmente cierto: hay sectores en donde la falta de andenes –como ocurre en algunas ciudades norteamericanas– hace recomendable el uso de un vehículo. No obstante, es muy sencillo acceder a transporte confiable y efectivo, ya sea contratando un taxi en el hotel con tarifas preestablecidas según el destino, o alquilando un carro en alguna de las compañías disponibles, que ofrecen desde sencillos automóviles hasta grandes camionetas blindadas con chofer. También se pueden tomar taxis en las famosas ‘líneas’, unos paraderos específicos gestionados por un coordinador.

Pese a los rumores, la caminata por Chacao en una tarde soleada no solamente es un placer posible sino que también es obligada. Allí, cada esquina coquetea con el caminante, haciendo alarde de algún detalle: un café, un supermercado, gente charlando en las escaleras de la entrada al edificio, una fachada particular o, claro está, un puesto de arepas desbordadas de rellenos variopintos, como lo ordena la norma venezolana del buen comer. “¡Son tremendas, pana! cómete una reina pepiada, que está divina”, me invitó alguien detrás de un mostrador. Tenía razón. Este tipo de arepa, bautizada en homenaje a Susana Duijm –la venezolana que en 1955 resultó Miss Universo–, es suculenta: armoniza los sabores del pollo desmechado con el del aguacate y la mayonesa.

Me reconfortó que allí se preserve tan bien una arquitectura desarrollada fundamentalmente entre las décadas del 40 y el 70: edificios de una escala amable, diseños sencillos, espacios amplios, estructuras pesadas, parasoles en las ventanas, balcones sembrados de flores y muchas texturas en las fachadas. Además, alzándose por encima de estos volúmenes discretos, están los centros empresariales de arquitectura moderna cuyo rasgo común son las fachadas en vidrio. Es el caso de la enorme Torre La Castellana, el Parque Cristal, el Centro Lido o del famoso Centro Banaven, apodado ‘cubo negro’ por su forma y revestimiento en vidrio oscuro. Estas magnas edificaciones son las que albergan cientos de oficinas, bufetes de abogados, compañías farmacéuticas, empresas de tecnología, consultoría y agencias de publicidad, entre otros, además de las oficinas de las más importantes embajadas en Venezuela.

En carro

Una de las primeras cosas que me llamaron la atención apenas llegué a la zona metropolitana de Caracas fueron sus enormes vías intraurbanas, tan amplias que muchas ciudades latinoamericanas las envidiarían. Son el resultado de magnos planes de desarrollo urbanístico ejecutados por varios gobiernos, particularmente los de Germán Suárez Flamerich y el del militar Marcos Pérez Jiménez. Este último inauguraba sus obras el día 2 de diciembre, para celebrar el aniversario de su llegada al poder.

En las grandes calles descubrí, también, que el espíritu colorido y ‘textilesco’ del mural del artista venezolano Carlos Cruz Diez sobre el que se camina en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar –la principal terminal aérea de la ciudad, ubicada a una hora del casco urbano–, no es un rasgo exclusivo de esa obra de arte. Varias de estas autopistas están decoradas con mosaicos hechos con grandes baldosines de colores vivos, como el de Víctor Hugo Irazábal, en la Francisco Fajardo. El trópico suda en colores. Y en Caracas, lo hace en estos diseños de expresividad desatada, así como en la selva que crece en todos los parques, andenes y materas de balcón.

Pero, aún con la dignidad en las vías, la cantidad de vehículos es tal que el tráfico es supremamente lento, temprano en la mañana y al caer la tarde. Por eso, si se viaja a la capital venezolana en plan de trabajo, lo mejor es hospedarse en un hotel cercano a donde tengan lugar las citas para evitar perderlas por culpa de la ‘cola’.

Algunos consideran que la gasolina es demasiado barata, pues cuesta menos que el agua; otros, que la gente no tiene cultura ciudadana. “Pero yo le voy a decir la verdad histórica, amigo”, anticipa Mario, el taxista que me lleva desde el aeropuerto hasta el Tamanaco, el más viejo de los grandes hoteles caraqueños, inaugurado un 2 de diciembre por Perez Jimenez: “La ciudad creció mucho en poco tiempo, y esto es un valle pequeño”. Mario, de espíritu cálido como muchos locales, se refiere a la explosión demográfica que sufrió Caracas en medio siglo, al pasar de 236.000 habitantes censados en 1941 a 5'900.000 en la actualidad. No hubo plan de infraestructura vial que previera la gruesa inmigración de mediados del siglo XX, proveniente tanto de países europeos como de las zonas rurales de Venezuela. Hoy, la novena parte de la población del país vive en esta zona metropolitana.

El conductor y los medios han desarrollado recursos para entender la movilidad, más que para dominarla. Todas las tardes, por ejemplo, un locutor desde un helicóptero describe con gracia el tráfico en su emisora de radio: “saludamos a los fieles conductores que, a esta hora, nos hacen luces desde la Avenida Libertador. Allí, una tractomula no contribuye al flujo vehicular”, comenta. “Chico, recordémosle las restricciones para su circulación”.

Mitos y certezas

En Colombia se dice ‘no dar papaya’, en Costa Rica ‘no estar puesto a que te ganen’, en inglés sería algo como ‘not to tempt fate’ y en Venezuela me dijeron ‘no andar dando la panza’. Lo mejor es hacer caso y no caminar solo de noche, con un reloj costoso mientras se habla por celular. Ante la eventualidad de un robo, es mejor prevenir. Es por eso, entre otras cosas, que el fenómeno de los centros comerciales es tan importante en Caracas: familias enteras peregrinan hasta el San Ignacio, el Paseo el Hatillo –en el hermoso pueblito colonial que le da el nombre, al sureste, y que funge como un dormitorio de la capital– o hasta el Paseo de Las Mercedes, entre otros. Allí los ciudadanos compran, van a cine, comen o incluso se toman unas copas.

“Caracas siempre ha sido una ciudad muy cosmopolita y sofisticada”, me dijo José González, banquero de inversión con años de trabajo en América Latina, particularmente en Venezuela, tras asegurar que, a pesar de la inseguridad, “los atractivos en Caracas siguen allí”. Por ejemplo, es muy común y seguro realizar caminatas diurnas en el bellísimo Parque del Este, un pulmón en medio de la urbe que además cuenta con un planetario y un zoológico.

Partitura caraqueña

La calidad de los espacios y los incentivos otorgados históricamente al arte plástico en Venezuela son consabidos. Para corroborarlo, basta un repaso a la nutrida colección de arte moderno y contemporáneo de la Fundación Museos Nacionales –25.000 piezas–, o a la lista de vanguardistas locales cuyas obras engalanan muchas esquinas de la capital. Es el caso de la Esfera Caracas de Jesús Rafael Soto, o de las esculturas en las calles peatonales de Sabana Grande. No obstante, otros lenguajes nobles tienen su lugar en Caracas.

“Algo muy impresionante allí es la cultura musical”, me contó María Luisa Chiappe, ex embajadora de Colombia en Venezuela, al preguntarle sobre los atractivos de su predilección en la capital venezolana. “El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles supera los 400.000 miembros –comentó–, y la Orquesta Simón Bolívar trabaja con directores de primer nivel, como el venezolano Gustavo Dudamel o Claudio Abaddo”. No es poco decir. La batuta del primero rige hoy la Filarmónica de Los Ángeles y la del italiano lo hizo en la Filarmónica de Berlín. El magno teatro Teresa Carreño o la Sala Fedora Alemán, están entre los lugares donde es posible ver cómo miles de músicos dejan en alto a Venezuela de la música clásica en el mundo.

Corazón contento

Cuando despega el avión en Maiquetía hago un repaso mental de lo que llevo en la maleta. Dulces de la industria local, chocolate semi amargo de repostería, ron venezolano con denominación de origen, mapas turísticos, fotografías... todos imperdibles. Me asomo por la ventana de la aeronave mientras esta da un giro, y veo las montañas y playas de la Guaira, bañadas por el mar Caribe y salpicadas por coloridas viviendas populares. En rigor, el mejor recuerdo que me levo a casa es el de la riqueza cultural que me ofreció la ciudad en sus calles y mesas. Y, claro, el de la calidez humana de los amigos. Cito para ello el clásico pasodoble de Johnny Quirós: “Bella Caracas, bajo tu cielo, tu luna y tu sol, todas las razas buscan fortuna, lindura y amor. Luces gloriosa con tus guirnaldas de cerros a tu alrededor. Caracas, ciudad hermosa, tú eres bella. Caracas, la cuna del Libertador”.

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