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Juana Acosta, sin límites

  • Foto del escritor: Diego Montoya
    Diego Montoya
  • 17 dic 2015
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 2 feb


Un día, encarna a una combativa líder de la ETA. Al siguiente, viaja a los años 50 para ser Sara Ortega en la serie Velvet. Luego, se pone en la piel de una víctima de los paramilitares colombianos y, más adelante, se convierte en una mujer bipolar para el papel más exigente de su carrera. Gracias a una mezcla de perseverancia y talento, la actriz colombiana celebra 20 años de profesión con un lugar entre las más codiciadas actrices de España.

Por Diego Montoya Chica

Foto: María de Miguel

Publicado en Revista Diners, diciembre de 2015

“Es impresionante. Juana es un metrónomo”. Con esta frase, el director de cine colombo francés Jacques Toulemonde nos sugiere una imagen mental aparentemente desatinada. ¿No es un tanto osado comparar a una actriz con un aparato decimonónico de cuerda cuyo propósito es marcar los compases de una ejecución musical? El barbado realizador, quien dirigió a Juana Acosta recientemente durante el rodaje de Anna –película que se estrenará en salas de cine colombianas a principios de 2016–, explica: “Después de encontrar la coreografía y los puntos emocionales de cada escena, ella es capaz de repetirla exactamente igual, con un timing en el que apenas si varían décimas de segundos”. Y remata: “En la sala de montaje nos dejaba a mi editor y a mí con la boca abierta”.

Una precisión admirable, sí. Pero particularmente en este caso: Anna, el personaje encarnado por Acosta en la segunda película de Toulemonde, es una mujer colombiana bipolar quien, contra viento y marea, regresa a su tierra desde Francia, acompañada de su hijo –producto de una relación rota– y de su novio, un alcohólico francés. Una bomba emocional, y por lo tanto expresiva, explorada a lo largo de un road movie cuya producción siguió la misma ruta del hilo argumental desde Paris a Bogotá, y de la capital colombiana por tierra hasta la costa Caribe. Solo que a ritmo de rodaje: dos semanas en Francia y cuatro de travesía colombiana.

“Al mismo tiempo en que Anna es una muñeca de porcelana, tiene la fuerza de una leona”, sostiene Toulemonde. Con ello, empezamos a ver cuan acertada es la escogencia de Juana para el papel, puesto que su carácter y apariencia física compaginan bien con esa descripción. “El personaje tiene un rango de emoción y de expresión muy grande. Además la película reposa sobre sus hombros. Fue todo un reto para Juana y para mí”, concluye.

La experiencia no se improvisa

Después de halar los hilos de una sesión de fotos suyas en un estudio del norte de Madrid –a ver, empecemos. Mira, ponme un poco más de negro en este ojo. ¡Siguiente vestido! Muéstrame qué tal está quedando. ¡Bonitas! estas ya las tenemos. Muchas gracias, chicos. ¡tomémonos una foto!–, Juana se sienta a fumarse un cigarrillo. Sus ojos son delgados horizontalmente y entre los párpados se asoman pupilas atentas, rodeadas de ámbar oscuro. Es difícil no pensar en un felino por el juego que ellos hacen con su melena frondosa, finísima nariz y sonrisa de largos, prístinos dientes. Depredadora; presa, nunca.

“Tengo la sensación de que el personaje de Anna es mi mejor trabajo hasta el momento”, dice. La caleña de 38 años ha estrenado 20 largometrajes, ha participado en 17 telenovelas y series de televisión –entre ellas la exitosa Velvet de Antena 3, una especie de Mad Men a la española con récords de audiencia– y ha actuado en tres obras de teatro. No obstante, su tono reflexivo deja entrever que cree genuinamente lo que ha dicho. “Ese papel representó para mí uno de los retos más potentes de mi carrera porque es un protagonista absoluto: sale en casi todos los fotogramas de la película. Con la parte de la bipolaridad me ayudó una amiga, que es sicóloga”, sostiene.

“Es el papel que Juana soñaba que algún día le llegara. Conmueve profundamente, toca el alma”, asegura desde México su hermana Valentina Acosta, también talentosa, también actriz, también bella, quien se labra su respectivos aplausos en la industria audiovisual azteca. “Esa es la actriz que ella ha soñado con convertirse y en la que, finalmente, se ha convertido”, asegura.

¿En qué radica, pues, el éxito de este rol? En la combinación de dos factores: primero, que el guión y la dirección de Toulemonde exigen madurez actoral. Y segundo, que Juana, tras 20 años frente a los lentes, tiene con qué enfrentar el reto. “Para mí, Jacques hace parte de una nueva generación de cineastas latinoamericanos cuyo trabajo es muy vivo, muy documental. Yo quiero subirme en esa ola”, sostiene la actriz, apagando el cigarro. Ella sabe de qué habla. Además de su participación directa en producciones latinas, ha sido jurado en dos festivales: por un lado, en la sección Horizontes Latinos del 62º Festival de Cine de San Sebastián. Y, por el otro, de la porción denominada Territorio Latinoamericano del 16º Festival de Cine de Málaga.

En otra piel intensa

María Dolores González Catarain fue una de las pocas mujeres dirigentes de organizaciones terroristas en la historia. Conocida como la Yoyes, ordenaba en el ala militar de la ETA, la Euskadi Ta Askatasuna, el grupo armado independentista vasco que en 2011 anunció, por fin y tras 53 años de existencia, que abandonaba sus actividades violentas. Asesinada por los mismos ‘etarras’ en 1986 frente a su hijo de tres años, la Yoyes no solamente representa un recuerdo polémico en la historia reciente europea, sino también un ícono sociopolítico para el País Vasco, una de las comunidades culturales más orgullosas de España, allí donde no se habla español sino eusquera. ¿Una colombiana encarnando a semejante marca en una enciclopedia ajena?

Por su papel como la Yoyes en la película Le Sanctuaire (Santuario) –dirigida por el belga Olivier Masset-Depasse, quien se concentró en la perspectiva francesa del conflicto–, Juana recibió en enero el premio a la mejor interpretación femenina del Festival Internacional de Programas Audiovisuales (FIPA) de Biarritz. “Vencer prejuicios y demostrar que eres un actor más allá de tu físico, tu apariencia, tu acento, tu voz y tu mirada, eso es algo que todos intentamos hacer”, dice Alex Brendemühl, el catalán que hace de alias Txomin en Santuario. “Juana lo logró. Me recuerda la canción de Marvin Gaye, There’s No Mountain High Enough: lo que quiere lo consigue, no tiene límites”.

Al hablar de esta producción, Juana deja entrever que ve su oficio como una especie de ciencia social: “los actores tenemos un trabajo antropológico. Cuando se ahonda en otras épocas, debemos investigar el entorno sociopolítico del momento y su efecto en los personajes para, de alguna manera, justificar su accionar”, dice, y relata: “antes de rodar, hice un viaje de 10 días por el País Vasco. Estuve donde la Yoyes nació, fui a su casa de cuando era niña, leí su diario, busqué su tumba… le pedí permiso con ese ritual”.

Al interrogarla acerca de cómo es encarnar a una líder insurgente siendo nativa un país donde las guerrillas han tenido tanta incidencia en la vida pública, dice que su experiencia le aportó entendimiento. “Una parte del casting implicaba improvisar acerca de mi primer contacto con ETA en la vida –comenta–. Recordé que el día que yo llegué a España por primera vez, en 1997, hubo una manifestación porque ese grupo había asesinado a un periodista. Me quedé impactada, pues venía de Colombia, donde ocurrían todos los días esas atrocidades y nadie salía a la calle a protestar”.

Aún hoy, 15 años después de haberse radicado en Madrid, Juana tiene el radar abierto a las noticias de su país, al que acude dos o tres veces al año para estar con su familia. “En Colombia están todas las raíces de mi hermana. De Cali, por ejemplo, añora la salsa”, explica Valentina desde el DF. “Separarse de la tierra da una profunda nostalgia en el corazón”.

Todo o nada

Los actores suelen dejar su pellejo en cada rodaje. Ocurre con la gran mayoría de trabajadores en una producción cinematográfica: entre decorados, cables, luces, trípodes y gente frenética, renuncian a las rutinas normales de la vida para entregarse a meses consecutivos de horarios extremos, arduo trabajo físico y desgaste mental. ¿Cuántas filmaciones al año aguanta una persona? ¿Y, sobre todo, cuantos aguanta Juana, que es madre de la pequeña Lola, esposa del actor argentino Ernesto Alterio y amiga de muchos en varios países?

“No sé cuántos, pero estos dos años han sido una locura”, asegura la mujer. Repasemos el 2014: además de haber encarnado a Anna y a la Yoyes, Juana representó en Tiempo sin aire a María, una mujer colombiana que viaja a las Islas Canarias para vengar el asesinato de su hija a manos de un antiguo paramilitar. “Estuve dos meses conectada con el odio, la venganza, la rabia, el dolor profundo”, asegura la actriz, a quien en esa oportunidad la dirigieron Samuel Martín Mateos y Andrés Luque Pérez. “Terminé en la clínica. Todo eso lo somaticé y, después de ese rodaje, estuve cinco días en el hospital”.

Pero este 2015 que termina también fue hiperactivo. Primero, Juana participó en El Contenido del Silencio, una adaptación literaria realizada por Helena Taberna. Casi simultáneamente, lo hizo en The Last Panthers una serie rodada entre Inglaterra y Serbia bajo la batuta de Johan Renck, uno de los más celebrados directores de Breaking Bad y The Walking Dead. Y, finalmente, Acosta se convirtió en una cubana amante del saxofón para Vientos de Cuaresma, del español Félix Viscarret, rodada en La Habana junto al mítico actor Jorge Perugorría.

Como en todas las disciplinas artísticas, un éxito de este porte en la actuación no es asegurado ni por el talento en sí mismo ni por la apariencia física. Juana asume su profesión con particular seriedad. Por eso, por medírsele con éxito a retos como los descritos y por tener una relación amable con su público, Acosta está hoy en la lista de primer nivel de directores y agentes de casting en España. Además, los lentes de las revistas de moda la enfocan con avidez cada vez que pisa una alfombra roja.

“El año entrante tengo otras dos películas. Una de ellas es una coproducción canadiense, española y colombiana que se llama La Fianza, de un director nobel bogotano”, asevera cuando se le interroga sobre el futuro inmediato. “La otra es de una directora ecuatoriana, y en ella voy a trabajar con uno de mis actores favoritos, Daniel Giménez Cacho”. Además, en octubre de 2016 estrenará su cuarta obra de teatro en París, inspirada en el Moulin Rouge.

Al levantarse de su silla para pedir un taxi, Juana se mueve con la misma abrumadora seguridad en sí misma que ha mostrado a lo largo de las fotos y la entrevista. Valentina, desde el otro lado del mundo, explica luego la actitud de su hermana mayor, comparándole con la canción Sin Miedo, de la española Rosana, que reza: “Sin miedo sientes que la suerte esta contigo. Jugando con los duendes abrigándote el camino. Haciendo a cada paso lo mejor de lo vivido. Mejor vivir sin miedo”.

Ruta madrileña

Juana vive en La Latina, un barrio multicultural y dinámico al oriente del centro de Madrid. Cuatro de sus sitios predilectos: el Delic, “un barcito chiquito donde se comen las mejores tostas y se beben unos jugos riquísimos”, en la Plaza de la Paja; el restaurante Camoatí, argentino, a donde acude con su familia albiceleste en búsqueda de grandes dosis de carne; el Café Berlín, tradicional, recién remodelado y ubicado en la central zona de Callao; y el bar Chicote, en plena Gran Vía.

Jacques Toulemonde sobre Anna

“Cuando empecé a escribir el guión, estaba viviendo en Francia y empecé a sentir el deseo de volver a Colombia, donde crecí (…) Anna es un personaje que oscila entre la ansiedad más profunda y la felicidad más absoluta. Y, para mí, eso pasa también en estos dos países. A pesar de ser un país maravilloso con una calidad de vida impresionante, Francia está deprimida. Hay días en los que uno sale a la calle y se pelea con todo el mundo, con el panadero, con el señor de la tienda, con el cajero del banco. Al contrario, Colombia me parece siempre estar sobre-excitada. Hay como un exceso de vida con sus consecuencias buenas y malas”.

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